Confessio.eu – Quiero confesarme

¿Tienes dudas sobre el sentido de la confesión?

Por medio de la confesión te serán perdonados tus pecados, pero no todas las penas del pecado, es decir, las consecuencias del mismo. El mejor modo de remediarlo es reparando el daño. Tu voluntad de poner remedio sería un signo de verdadero arrepentimiento.

En caso de que no sea posible poner remedio, las oraciones, las buenas obras, la participación en la Santa Misa, las peregrinaciones o los donativos también pueden ayudar a liberarse de una carga y cumplir la penitencia.

La Iglesia concede para algunos de estos actos una indulgencia. Ésta proporciona una remisión en parte (indulgencia parcial) o en su totalidad (indulgencia total) de las penas temporales (en este mundo) de los pecados, con efectos positivos también para el purgatorio.

Encontrarás más información sobre este tema en las páginas de la freie katholische Enzyklopädie (enciclopedia católica libre):

Respuestas a las dudas y preguntas

A continuación encontrarás algunas respuestas útiles, citadas a partir de un artículo de la revista PUR spezial, número 3/2002.

No sé qué tengo que confesar. ¡No he hecho nada grave!

»Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no decimos la verdad. Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es justo y fiel, nos perdona nuestros pecados y nos purifica de toda injusticia.« (1 Jn 1,8–2,1)

¡A quien no se le ocurra ningún pecado posiblemente no habrá reflexionado suficientemente!

Después de hacer un minucioso examen de conciencia la situación es muy diferente. O, dicho de otro modo: ¿Rezas todos los días? ¿Puedes afirmar con sinceridad que tratas verdaderamente de amar a Dios y de seguir a Cristo? ¿No eres nunca insensible, desleal, deshonesto o malicioso? ¿Nunca te sirves de una ›mentirijilla‹? ¿No sientes nunca ira ni eres impaciente o desmedido?

Los pecados no son sólo el asesinato y el homicidio. Los pecados, en nuestro caso, son muchas veces también determinados modos de pensamiento, costumbres o debilidades de nuestro carácter sobre las que debemos trabajar.

La confesión no sirve de nada. Ya me he confesado a menudo pero no he mejorado en absoluto.

¡Quien piense que después de confesarse irá por el mundo con una aureola de santo sobre su cabeza está muy equivocado! Hacen falta muchos, muchos pequeños pasos en el camino que nos conduce a Dios.

Pero cada confesión – aunque nos pueda parecer inútil y aunque creamos que nos hace cambiar muy poco – es un maravilloso regalo. ¡No sabemos qué tipo de persona seríamos sin estos pequeños pasos!

Por lo tanto: ¡No pierdas nunca el valor! Aunque tengas que confesar una y otra vez el mismo fallo, el mismo pecado: hazlo tranquilamente. Si es necesario, cada semana. Una y otra vez. Cristo siempre se alegra cuando acudimos a él.

»No nos convertimos en santos de una vez, con una sola confesión. Tenemos que tener paciencia con nosotros mismos, del mismo modo que Dios tiene paciencia. Pero cada buena confesión es un paso hacia delante en el camino a Dios. No olvidemos nunca: lo que se juzga en el tribunal de la misericordia ya no se habrá de juzgar en el último juicio.« (Obispo Rudolf Graber)

No debemos avergonzarnos del valor.

Quien tiene el valor de reconocer sus pecados demuestra una seria intención de enmendarse. Y todo sacerdote siente respeto hacia cualquier persona que acuda a él para confesarse, independientemente de los pecados que reconozca haber cometido.

He cometido unos pecados tan graves que no puedo confesarlos.

Quien se ve a sí mismo como el peor de los pecadores en toda la tierra demuestra tener una gran soberbia ¿no? Cuando vamos a confesarnos no somos (en la mayoría de los casos) ni los peores pecadores ni las mejores personas. Casi siempre somos sólo normales y medianos pecadores. Eso no es grave, siempre que tratemos de no ser unos cristianos mediocres.

Un anciano párroco dijo hace muchos años que le regalaría 50 euros a aquél que le confesara un pecado que nunca hubiera oído hasta el momento. Y a día de hoy sigue teniendo aún su dinero …

La siguiente frase procede de un santo: »No es tan grave que el ser humano peque, pues el ser humano es débil y la tentación es grande. ¡Lo grave es que el ser humano tenga siempre la posibilidad de enmendarse y no la aproveche!«